12 de junio de 2011

Bitácora viaje a Marruecos – VI Parte

DÍA 6                                                                             Jueves, 12 de agosto de 2010
Ain Ali N’to-Megdaz-Tougine-Tamzerit
El comienzo del día fue espantoso. No sabía casi ni donde estaba. Desayunamos SAM_2237moderadamente. Durante la comida nos enteramos de que el horario por el que nos regíamos estaba mal. Llevábamos cinco días con una hora de adelanto. Según nos dijo el dueño del Git, aquí son dos horas menos que en la península, y una hora menos que en Canarias. A mí eso me daba igual, ya que hemos estado cinco días sin tener que mirar la hora sino para levantarnos. Después de desayunar y sin demasiadas prisas nos fuimos camino de Megdaz, el destino al que debíamos llegar ayer, pero en donde no pudimos llegar porque Ada se comenzó a sentir mal. El camino hacia Megdaz nos costó unos 45 minutos. Al llegar nos encontramos con un señor mayor, Ait Hasso Lahsen. Primero me dio la mano, apenas entendí nada, le dije que veníamos de Ali Ait N’to, que habíamos dormido allí y que estábamos en Megdaz de paso. Todo ello, claro, por señas.
SAM_2238 Como dejé de hacerle caso, se dirigió a Néstor, que le dijo que había estado allí en el mes de febrero de este mismo año. Ait Hasso Lahsen nos hizo un pequeño recorrido por las mejores vistas de Megdaz. Luego nos llevó a una especie de Git con una puerta minúscula. Nos invitó a un te, pastas y nueces mientras veíamos algunas fotos del Atlas. Nos sacamos fotos con él y nos dio su dirección para que le enviásemos las fotos. Antes nos había dirigido hacia una especie de azotea-patio donde había unas vistas magníficas de Megdaz, sin lugar a dudas, el pueblo del Atlas más atractivo y bonito de entre todos los que visitamos.
Para llegar hasta esa especie de azotea tuvimos que subir unas angostas y mínimas escaleras que superamos sin dificultades, SAM_2246pero que a mi me impresionaron: “Cuantas personas no habrán caído por aquí”, pensé para mi mismo. Fue en Megdaz donde Isra avisó de que comenzaba a sentirse mal. Tenía los mimos síntomas que había tenido Ada el día anterior. Sin embargo, Isra aguantó, y aunque le dolía el estómago, logró seguir el resto del día. Le dimos a Ait Hasso Lahsen 20 Dirham y nos fuimos a Ait Ali N’to, ya que en el Git dejamos las mochilas para subir hasta Megdaz sin pesos. Al llegar nos acostamos durante aproximadamente media hora. Se estaba tan a gusto allí, que pensé en que bien podríamos quedarnos uno o dos días más y sentir hasta en las entrañas aquella paz y tranquilidad, ese viento fino como la seda de unas montañas que eran mágicas para mí.
Bebimos unos refrescos y algo de agua, como siempre del tiempo tirando a caliente y de manera oficial emprendimos la cuarta etapa que nos debía llevar caminando primero hasta Toufrine. Ya habíamos caminado unos 8 kilómetros de Ait Ali N’to hasta Megdaz (ida y vuelta), y nos restaban los 12 hasta Tougine. Nos costó mucho porque hacía mucho calor, aunque esta vez estábamos bien aprovisionados de agua. Sin embargo, el agotamiento hizo mella. Caminamos con todo el sol del mediodía y eso nos perjudicó. Atravesamos algún pueblo en el que sólo había unas cuantas casas. El camino principal de ese pueblo estaba infectado y jalonado por doquier de cientos de latas de sardinas viejas y aplastadas. La suciedad era un decorado desagradable. Llegamos a Tougine por la tarde agotados pese a que el camino no nos exigió demasiados esfuerzos.
Al llegar a Tougine, oficialmente pisábamos asfalto. Camino de coches, ya estábamos un poco más cerca de la civilización. Qué error más grande cometí entonces al pensar así. Pensamos que ya estábamos en un mundoTODOS - Megdaz (2) más civilizado porque en Tougine había dos viejas y pequeñas tiendas invadidas por moscas y avispas. Pese a ese triste decorado, lo cierto es que eran, en comparación con lo visto en los valles del Bougue Mez y Tessaout, las más decentes de todo. Compramos unas latas de sardinas y nos dieron pan del día anterior. Con eso comimos al lado del río. Tras comer, vimos que había una “furgoneta-guagua-todo terreno” (por ponerle algún nombre a aquel armatoste con ruedas) que era la que nos debía llevar hasta Tamzerit, nuestro punto final del día. Tuvimos que esperar algo más de una hora hasta que partiera. El pueblo no era tal. Eran unas pocas casas dispersas y fuera de las tiendas había un grupo de unos 25 chicos. Ni una sola mujer. Desde que llegamos me sentí por lo menos yo, más que observado, investigado, casi violado de arriba abajo, era una sensación desagradable. 25 hombres mirando tanto de soslayo, como en ataque directo hacia nosotros, como si fuéramos invasores de su realidad. Yo bajé la cabeza y esperé el momento en el que el artefacto con ruedas nos llevara hasta el último destino.
A media tarde nos dieron el aviso. Pagamos 20 Dirhams cada uno y montamos en aquella cosa que tenía más años que yo. Tenía unos pompones en el salpicadero, un decorado propio de otro mundo añejo, alejado de la tecnología. Los asientos parecían que en breve se romperían. Se tambaleaban tanto que por momentos creía que se iba a caer. El suelo tenía agujeros por el que pasaba todo el polvo de la carretera. Carretera, un nombre que le queda grande a ese camino de baches y tierra de quinta categoría. El polvo se metía dentro del habitáculo y teníamos que taparnos la boca y la nariz con las camisas porque apenas podíamos respirar debido a que todas las ventanas de atrás no se podían abrir. De fondo, escuchábamos música en árabe repetidas veces. A los chicos no les gustaba, en cambio a mí me pareció una banda sonora ideal en este lugar. Tras aproximadamente algo más de una hora por un camino tercermundista llegamos a Tamzerit. Fue este pueblo de infausto recuerdo para mí porque ya me sentía extenuado.
En Tamzerit tuvimos el problema del hospedaje, de la cena, del agua, de la comida del día siguiente. No nos trataron bien nada más llegar. Buscamos por el pueblo y sólo encontramos burlas y risas. Caminamos hacia arriba, ya que este puedo también estaba disperso y se dividía en dos partes. El sol estaba a punto de ocultarse por las montañas y seguíamos perdidos, buena27muertos de sed, agotados. Entonces, cuando estábamos a punto de desesperar salió a nuestro encuentro un viejo con una toga al que hicimos señas para que nos dijera un lugar en el que encontrar agua, comida y poder dormir. Nos llevó a la casa de un señor. Llegamos entonces aquí, desde donde estoy escribiendo. Queríamos saber donde estaba el camino hacia nuestro próximo y último destino: el Lago Tamda. Por eso subimos lo más posible. Con esta buena gente apenas logramos comunicarnos. Hablan poco francés, como nosotros, y parece que hablan un dialecto del berebere, o quizá árabe. Ya no lo sé, ni me preocupa. Ya nos íbamos hacia la parte baja de Tamzerit, de nuevo sin rumbo para comprar algo para el día siguiente en una especie de venta vieja, lóbrega. Entonces el señor de la casa, de nombre Mahmud, nos invitó a entrar para decirnos dónde podíamos dormir. Eso hicimos. Nes y yo vimos la habitación y convencimos a Isra y Ada para que nos quedáramos. Finalmente Mahmud nos trajo agua, te, sopa, pan, aceite, y según Ada, la mejor mermelada que había probado. Y así finalizó un día que se suponía de relax y que acabó de una forma desesperada, al menos para mí.

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