Estamos en un punto de inflexión.
El que tenga esa duda, el que no lo vea, es que no lee lo que ha de leer o
quiere torcer la vista hacia otras cuestiones. Los acontecimientos de los
últimos días, desde la manifestación del 25 de septiembre, hasta las otras dos
en los siguientes días, junto a las declaraciones del presidente electo loando
a la mayoría silenciosa que no se manifiesta; y tras un fin de semana algo
raro, este comienzo de semana está siendo un hervidero de declaraciones de todo
tipo que no hacen sino alentar el pesimismo y la afirmación de que estamos en
un momento culmen en la democracia de esta nación donde residimos.
Esta semana he leído varios
artículos de los periódicos más importantes de España, algunos, como siempre,
opacos o menospreciando la situación, dando más importancias a cuestiones
baladíes.
Hablar de forma negativa de los
derechos que nos da la Constitución por parte de la delegada del Gobierno no
hace más que reforzar la teoría de un momento especial desde que comenzara la
crisis hace ya un lustro. Esta insalvable, inagotable crisis está dejando un
reguero de cinismo y sobre todo una pujanza de la oligarquía política que se
jacta de sus ideologías, no tan afanadas como Aznar, más silenciosas, pero
igual de peligrosas. Porque es peligroso incitar a un posible cambio en la
Constitución aunque sea por medio de una Ley Orgánica para impedir al pueblo
manifestar su opinión en la calle. Esto me hace pensar en multitud de leyes que
están jalonando, no sólo en España, sino en otros países del mundo, donde la
ridiculez de algunas leyes llega a lo burdo, absurdo, ridículo y todos los
sinónimos que se quieran. Pero es importante lo que declaró Cristina Cifuentes
el martes 2 de octubre. Sienta un precedente peligroso.
La pasada semana la presidenta de
la Comunidad de Madrid dijo que habían demasiadas manifestaciones –es la voz de
un pueblo, y la voz nunca es demasiada-, a lo que la delegada del Gobierno,
Cristina Cifuentes dijo horas después algo así como ‘así es la ley’, para luego
dejar la machada de que la ley “es muy permisiva y amplia” con los derechos a
manifestación y reunión. Me parece tremendamente peligroso sólo el hecho de
mencionarlo. Peor y más atemorizador es incluso elucubrar un plan de modulación
de la ley para “racionalizar el uso del espacio público”. Es peligroso aunque
lo haya disfrazado por Ley Orgánica y no como un cambio de la Constitución.
Todos sabemos que lo que subyace de ahí es la prohibición de manifestaciones en
contra del gobierno y sobre todo legitimar toda acción exagerada de las fuerzas
de seguridad del Estado.
Según revelaba Radio Nacional de
España, en lo que va de 2012
ha habido entre 2.200 y 2.700 manifestaciones. Claro
que, Ana Botella lo circunscribió a un problema de operatividad de la ciudad de
Madrid, pero no hay que engañarse. Abramos los ojos y veamos que este gobierno,
el que la mayoría votó, está buscando el método para silenciar a la minoría, o
a la mayoría que perdió, o en general a todos, incluso los que les votaron y
están disconformes porque se sienten engañados. Eso ocurre con el fascismo y la
oligarquía, quieren tener todo el poder, corromperse, degenerar, especular con
sólo un propósito: ganar.
Lleva hablándose de la
Constitución cierto tiempo y en cuestiones puntuales. Recuerdo que intentaron
tocarla para permitir que una mujer fuera monarca. Estos días he leído otros
artículos en los que se intentaba precursar una modificación de la Constitución
para convertir España en un Estado federal, puesto que el Partido Socialista y
otros grupos afines ven que las Comunidades Autónomas tienen excesivas
competencias que hacen que el poder no esté centralizado o esté más difuminado.
Días más tarde, casualidad o no,
otros políticos vuelven a hablar indirectamente de la Constitución. Es,
probablemente, lo más sagrado que tenemos las personas de a pie, la que nos da
derechos, privilegios, la que nos hace iguales frente a la ley –al menos eso
dice-. Tocar o hablar siquiera de modificar bajo Ley Orgánica el derecho a
reunión y manifestación es un claro delito contra la libertad de expresión,
algo que viola la libertad, es anticonstitucional, vil y cruel en este estado
bélico-económico que atravesamos.
Pero ahora se está utilizando
otra estrategia, una que es además peligrosa como es el hecho de difamar, de
hacer culpables a quienes no lo son. No voy a defender a la minoría de la
minoría que acaba a golpes con la policía. Porque las decenas de miles de
personas que se manifestaron no sólo en Madrid, sino en el resto del territorio
desde el 25 de septiembre, sí intentaban dar un golpe de Estado, pero lo hacían
con un no a la violencia –exceptuando a los bárbaros ya mencionados que no
representan a nadie-; lo hacían sentados, o cogidos de la mano, abrazando el
Parlamento. Los oligárquicos de la política patria tienen miedo porque se les
está yendo de las manos. Sus figuras ya no son inviolables. Hasta alguien de
derechas tiene reservas hacia las acciones del Gobierno. El hecho de comparar
la manifestación con un golpe de Estado, aunque exagerado y hasta exacerbado, no deja de ser en parte cierto,
pero no es algo malo…al menos no es malo para la mayoría silente que no puede
salir a la calle por motivos varios. Creo que hacen faltan más manifestaciones,
hacen faltan más actos como el del Parlamento, hace falta que los políticos
pasen miedo, da igual que sea de derechas o izquierda, que cobre seis mil euros
o no cobre nada. La clase política ha de asumir las consecuencias de sus actos.
A todas estas, hubo dos parlamentarios, uno del PP y otro del PSOE que
afirmaban que la clase política son los ciudadanos. Es falso y es una
manipulación de la información, ya que hay muchos políticos que acceden a
través de contactos, de enchufes o por medios bastante oscuros. Otros no, pero
meterse dentro de la política tiene sus consecuencias y en una etapa en donde
no gobierna un partido o una ideología, sino aquello que se han empeñado a
llamar la troika, ese triunvirato formado por la Comisión Europea, el Banco
Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, se exige rebeldía y mirar
otros ejemplos, el primero: Islandia.
Como decía al inicio, estamos en
una etapa importantísima, donde bajar la cabeza, agacharse y trabajar más no
implica tener menos problemas, significa estar sometido a una dictadura democrática,
una dictadura que no mata, que no es despótica, es una dictadura de buenas
formas y malos modos, una dictadura disfrazada de cinismo oligárquico. Puede
ser dictadura y democrática al mismo tiempo. De hecho lo es porque aunque el
actual gobierno fue elegido por la mayoría, éstos a su vez, optaron por elegir
como soberano a la troika y, por ende, han promovido que la dictadura del
capital sea la que ‘gobierne’ nuestros actos. Y el Gobierno títere de esa
troika no quiere permitir que nadie se salga del tiesto, ya que una masa
enfurecida no es el mejor escaparate financiero. Hay que procurar que la
dictadura sea efectiva con el que está trabajando para pagar la hipoteca o
incluso, el que trabaja simplemente por alimentos y no acabar en la miseria.
Demonizar, criminalizar,
estereotipar a los manifestantes pacíficos es una forma de manipulación del
Gobierno. Es un ejemplo de vanidad, de mirarse a un espejo y verse a si mismo.
Es el egocentrismo oligárquico en su máxima expresión. Esta es la etapa que estamos
pasando. La cosa seguirá empeorando mientras a los iluminados de turno se les
ocurre que una manifestación en contra de los recortes y del Gobierno, en vez de
ser causa de escucha, sea un quebranto de las leyes públicas, de movilidad y
demás. Pasan por alto que esos problemas de movilidad, en algunos casos han
tenido que ver con huelgas.
Por último, el presidente alabó a
la mayoría silenciosa que no se manifiesta. Sin saberlo entonces, ahora sé que
es un guiño al expresidente estadounidense Richard Nixon, quien llegó al poder
poco después del asesinato de JFK por no querer entrar en guerra en Asia.
Posteriormente se produjeron un buen montón de manifestaciones en contra de la
guerra y Nixon alabó a la mayoría que no se manifestaba y que, en teoría, apoyaba
la entrada en la guerra. No es buen ejemplo Nixon, ni la política de EEUU, ni
los métodos que utilizó el gobierno de entonces para sacar del poder a JFK…no
es buen ejemplo aquella frase ni aquel guiño ‘simpático’ a uno de los mayores
peleles de la historia de la política de EEUU.
Estamos entrando como un lobo
matando ovejas en la represión. Estamos retrocediendo unos treinta años. Todos
los derechos y libertades por los que muchos lucharon entonces, se están
quedando en nada al lado de un gobierno que quiere reprimir, acallar, que no se
esfuerza en nada que no sea mantenerse hipócrita y cínico en las convicciones
de sus intereses políticos, ideológicos y hasta personales.
Bienvenidos a la dictadura de la
anti-democracia o ‘Democracia 2.0’