8 de mayo de 2011

Bitácora del viaje a Marruecos – I Parte

Cuando comenzó la idea de hacer este grupo de divulgación y conocimiento de la Geografía tenía un amplio espectro. Poco a poco las cosas se fueron acotando y se quitaron del medio ideas disparatadas. Pero otras no tanto. Este espacio de difusión de esta ciencia en principio abarcaría numerosos temas que tenían que ver con la geografía como ya han podido comprobar, pero había varios espacios que no se han tocado por falta de tiempo, ayudantes y colaboraciones. No adelantaré qué son porque se trata de que esto evolucione, no de que se descubra para que luego caiga en el olvido. Una de esas ideas sería "imitar" a los primeros exploradores del siglo XIX cuando se crearon las Reales Sociedades Geográficas en pos del Imperialismo. Esos exploradores, al igual que todos en el pasado que no eran geógrafos, los navegantes, escribían un cuaderno de bitácora que. Uno de los mejores literatos fue Alexander Von Humboldt, quien además tenía una forma de escribir casi poética. Pues bien, lo que va a suceder los próximos días es que pondré mi cuaderno de bitácora de la mayor aventura que he conocido en mi vida, el viaje a Marruecos, al Haut Atlas el verano pasado. Se trata de un serial sobre de un viaje en plan mochilero-geógrafos para vivir la esencia de aquel país caminando por entre las montañas donde las experiencias fueron únicas. Cada día me dedicaba a escrutar cada detalle, cada cosa que veía, a anotar todo lo que pasaba por mi cabeza e hice un cuaderno de bitácora "Oficial" contando todo lo acaecido en los diez días que estuvimos en Marruecos. El cuaderno es grande, el original tiene casi 50 páginas, pero éste, el oficial, tiene la mitad, así que en la medida que vaya publicando cosas, como trabajos, escritos de opinión, etcétera, iré alternando con lo sucedido cada día en Marruecos en ese cuaderno de bitácora, desde el día 1 hasta el 10, en lo que es un relato geográfico-literario a modo de diario que no deja de describir no sólo con palabras, sino además con fotos de todo lo acontecido en en agosto de 2010 por cuatro locos que se fueron con un mapa, una mochila y la ilusión de la aventura por bandera. Espero que os guste este "cambio de tercio". 

DÍA 1                                                                             Sábado, 7 de agosto de 2010

Tenerife-Madrid-Marrakech-Azilal-Agouti

Ya no queda nada. Dentro de poco comenzará mi mayor aventura. Las montañas africanas de Marruecos. Mi hermana me viene a buscar y vamos al encuentro de Israel que viene del Norte. Me espera en el Campus de Guajara. Llegamos allí y enseguida partimos hacia el aeropuerto del Sur. Allí nos espera Néstor con Ada. La espera de madrugada es ardua. El avión parte a la una de la madrugada. Todo a horas intempestivas.
<SAMSUNG DIGITAL CAMERA>Llegamos a Marrakech a las siete y media de la mañana. El agotamiento de toda una noche sin dormir se nota hasta en los ánimos. Las diferencias estallan en cada detalle ya desde el aeropuerto con los motivos árabes y una arquitectura peculiar, pero agradable. Y eso que yo no sé nada de arquitectura. No hay mucha gente y el día está fresco, con niebla y humedad. Pasamos el control de pasaportes sin mayores problemas. Todo aquí suena a rutina, o quizá sea la mañana, el agotamiento, el estío que lo deja todo con un rostro de fina desidia. Cambiamos las divisas y con extrema parsimonia, casi sin quererlo salimos de la terminal del aeropuerto. Un taxista nos aborda pidiéndonos 120 Dirham (12 Euros) por llevarnos hasta Marrakech. Sin embargo declinamos esa oferta para coger el bus por un total de 80 Dirham (8 Euros), 20 cada uno. Esperando en el bus permanecía callado, serio.
En el bus, pudimos ver las primeras imágenes de las afueras de una ciudad entre tinieblas. Jardines secos, todo a medio hacer, las avenidas infectadas de motos y bicicletas que se erigen en las auténticas protagonistas. Casi sin darnos cuenta llegamos a nuestra primera parada, el parque de Jemma El Fna. En el bus vemos a un vagabundo sucio y con cara de loco masturbándose en plena calle de forma desesperada. Sólo lo vemos Néstor y yo, pero no cabemos en nosotros mismos de asombro. En un semáforo nos paramos. Observo las dos palmeras más perfectas que he visto y se lo comento a Néstor. Escrutándolo nos damos cuenta de que en realidad son dos antenas de telefonía muy bien mimetizadas con el paisaje. Néstor y yo nos alegramos de ver algo positivo en el paisaje geográfico de la ciudad.
Nada más bajarnos un hombre comienza a seguirme y a hablarme en un tono entre amenazante e inquisitivo. Me ataca y no me deja en paz. No deja de increparme. Néstor camina impasible, sin hablar y yo sigo su ejemplo. Pongo mi peor cara de perros para intimidarlo. Al cabo de un minuto, tras pasar la esquina, me abandona. Siento miedo y al mismo tiempo alivio. Zozobro por momentos. Ya en las calles de Marrakech descubrimos una ciudad sucia, desordenada, pestilente y maloliente. Nos metemos en un callejón y vemos a un hombre dando un latigazo a una mujer. La gente en la calle mira impasible la escena. Un ciudadano marroquí, probablemente vinculado con la mujer la defiende entre otra acometida del exacerbado e irascible hombre. Nosotros miramos de soslayo, pero nos quedamos en shock.
<SAMSUNG DIGITAL CAMERA> Nos paramos a desayunar creps con miel y yo me pido un te que está más seco que el desierto. Después del desayuno nos ponemos en marcha nuevamente. Tenemos que comprar el agua y los frutos secos para cinco días. Caminamos por la plaza de Jemma El Fna alucinando con los puestos de zumos de naranja y frutos secos que nos intentan captar desesperadamente a voz en grito. El paisaje ciertamente rural y metropolitano al mismo tiempo. Cruzar las calles es un riesgo, los taxis y motos salen por doquier sin orden alguno y no parece que ni peatones, ni conductores teman por nada y eso que el accidente se masca. Los frenazos y carreras evitando el atropello es algo abrumador. Como constante resulta el olor a meados en toda aquella plaza y sus alrededores. Néstor se decide a comprar los frutos secos, le cobran 180 Dirham, pero regatea y se lo dejan a 130. Nos marchamos en busca de mejor suerte pero no hay manera. A Isra y a mí nos estafan en cantidad pero sabemos lo que queremos gastar. Deambulo por la plaza, vamos en busca del agua al Hotel Alí. Estoy ya casi extenuado, con las piernas temblorosas.
Compramos cada uno litro y medio de agua. A continuación nos dirigimos hacia la estación de autobuses con algo parecido a un mapa de la ciudad que más que ayudar, nos entorpece. Caminamos en línea recta hasta que intentamos segur la ruta que nos marcaba el supuesto mapa. Nos metimos por unas callejuelas estrechas, sucias y donde se comenzaba a vislumbrar que el orden era un concepto alejado de la realidad. Preguntamos en dos ocasiones dónde estaba la estación y nos dijeron con un castellano chapurreado bastante cuestionable. Pero no nos fiábamos y al final acabamos presos de la anarquía de nuestros pasos. Nos paramos en una rotonda y un señor nos cuestiona: “¿Bus estación?”. Decimos que sí. Él nos contesta: “Todo recto. Gran puerta, en frente. Caminar. Cinco minutos”.
<SAMSUNG DIGITAL CAMERA> Isra y yo vamos decididos. Nes y Ada dudan y miran su mapa. Finalmente deciden seguirnos. Allá vamos Isra y yo, con arrojo, valientes por las calles de Marrakech después de los sustos y las sorpresas que nos ha dado el amanecer en esta ciudad. Vamos por unas vías que por momentos se antojaban tan inútiles en uso, como en estado por su 'ruinosidad'. El calor apremia y el color lechoso del cielo intimida. El desierto amenaza con el sabor seco del aire. Ya estamos sudando y comenzamos a impacientarnos después de caminar media hora sin saber dónde está nuestro siguiente destino. Tras cruzar una vía sin paso de peatones, sin semáforo y esquivando coches y motos, atravesamos la puerta. Llegamos a una plaza donde se agolpan un montón de personas. Todo es extraño. Seguimos caminando y al cabo de unos minutos un hombre llega a nuestra altura y con tono amenazante se dirige hacia mí: “Essaouira”. No le hago caso y espero a que lleguen los demás. Cuando Nes llega, cuestiono si ese edificio con aspecto de Recova vieja era la “Bus Estatión”. El hombre con tono de mal humor dice que sí. Nes habla de nuestro destino: Demnate o Agouti. Después de una conversación bastante incompatible e incomprensible, el hombre con aspecto de ladrón desalmado y desesperado nos guía hasta los andenes de la estación. Yo camino el último con miedo porque nos lleva por unos sitios solitarios, sin gente. No entiendo nada.
Entramos en los aparcamientos de los autobuses. El interior de la estación es de un aspecto absolutamente desolador. Si en las afueras todo era de un color triste y alejado de toda seguridad, la estación de autobuses nos sumió de repente en la cercanía al Tercer Mundo, a la aventura más absoluta. La podredumbre, suciedad, su lóbrego aspecto y el mal olor eran la antesala de la más absoluta de la desorganización. Los autobuses llegan y salen guiados por hombres tan desaliñados que bien podrían pasar por vagabundos en cualquier otra ciudad. Néstor y Ada negocian con el guía desalmado que nos había llevado hasta allí para que nos llevara a Azilal, en teoría, cerca de Agouti, nuestro punto para comenzar a caminar por el Alto Atlas. Sin datos oficiales, nos dicen que tenemos que recorrer casi 200 kilómetros. Azilal queda a unos 70 de Agouti, así que hasta el primer punto, en guagua, tenemos que recorrer la friolera de 130 kilómetros.
<SAMSUNG DIGITAL CAMERA> Por coger el autobús hasta Azilal nos estafan 80 Dirhams (unos 8 euros). Esperamos en la sucia acera. Tirados como colillas mientras contemplamos, ya atónitos, como el caos es dueño de aquel mini mundo dentro de otro mundo de degeneración constante. Pocos minutos más tarde, alguien grita: ¡¡Azilal!! Entonces un grupo de unas 20 personas somos conducidos como si fuéramos ganado fácil a las afueras de la estación. Los hombres con aspecto de vagabundos eran los dueños del cotarro. El desorden, los gritos, las órdenes para dejar paso, para impedir que entrásemos las mochilas al interior nos intimida. Expresan rostros amenazantes. Nes tiene un poema de incertidumbre en su rostro, Isra se borra. Yo… yo paralizado, boquiabierto ante la estricta y absurda disciplina de las leyes de la entropía.
Mercancía, eso somos aquí. Nos tratan con tal desdén que no lo puedo concebir. Entramos en el autobús acongojados, sudorosos y presos de un escepticismo nervioso y desconfiado. Estamos, ahora sí, viviendo una aventura en las puertas de África, en uno de los países supuestamente más europeizados del continente. La sensación en el interior del autobús es extraña, de ser algo inaudito, inconcebible. En estas primeras horas aquí, admiro mi valentía, mi arrojo en ocasiones, el hecho de no pensar en nada. Todo esto es una prueba constante en pos de algo. ¿De qué? ¿De cordura tal vez? ¿De realismo quizá? En este peligro constante que todos ignoran por completo.
El viaje en autobús se instala en la intrepidez de un conductor atrevido en exceso o quizá loco por los adelantamientos y la velocidad que nos remueve en el interior y que a mí me acojona por momentos. Me cuesta un mundo escribir con entereza. Pasamos los primeros núcleos poblacionales en las afueras de Marrakech como Tamellaret, El Atlaquia y Ouargui, en éste último sitio nos detuvimos durante media hora aproximadamente. Compramos algo de beber que no sirve para calmar nada porque el calor y la deshidratación, junto con la fatiga y el agotamiento, es algo insuperable. Al cabo de un par de horas llegamos a Azilal. Este pueblo es curioso. Nada más llegar observamos que hay niños con carritos de madera los cuáles utilizan para poner las maletas que están en el autobús. Al bajarme hace calor, pero sopla una brisa ligera y cálida. Hay unas nubes amenazantes.
Salimos de aquel simulacro de estación que en realidad es un descampado en las afueras del pueblo. A nosotros se unen Cristian y Alex, dos chicos alemanes de Munich que no tienen rumbo fijo y que se pegan a nosotros para compartir destino. Pero antes de todo ello, decidimos hacer una parada para comer. Entramos en una especie de tienda donde había enlatados, pan y otros productos. Como si fuera una especie de mini market. Compramos unos panes y atún con tomate con una Fanta de las de hace unos 20 años. Aquellos bocadillos nos supieron a gloria. Eran las tres y media de la tarde y era lo primero que comía desde la noche anterior. Esperamos media hora para hacer la digestión con tranquilidad y estar algo más relajados y entonces comenzó a llover de forma intermitente. Cuando salimos del mini market-restaurante, (ya que tenía mesas), el viento soplaba de forma violenta. Los rayos y los truenos me intimidaron. Al tiempo se produce una ambivalencia imposible entre calima, tormenta con lluvia y arena.
Cuando llegamos al lugar donde están los taxis, apenas a cinco minutos de donde comimos, hay gente, pero no hay nadie que nos ofrezca ni información, ni nada. No hay nadie en los taxis. No sabemos adónde acudir. La tormenta amaga con capear, pero no acaba de hacerlo. Se nos acerca entonces un tipo que nos pregunta a dónde vamos. Nes le dice que a Agouti. El señor, con aspecto de resabido y con capacidad para controlar la situación nos dice que ir hasta allí nos sale 50 Dirham cada uno, en total 300 Dirhams (30 Euros). Tenemos que recorrer 79 kilómetros que en principio no es mucho. Intentamos regatear, pero el hombre que habla entre inglés y español se niega en rotundo. Dice que el bus nos costará lo mismo y que no llegaría hasta el día siguiente. Lo dice como si el precio y el taxi fueran un favor hacia nosotros. Lo pensamos poco y aceptamos.
Pagamos por adelantado. El que nos cobra comienza a bromear. Buscar nuestra simpatía. Ahora cae un aguacero salvaje. Nos ocultamos bajo el techo de aquella estación de taxis. Todo está lleno de gente. Todas esas personas esperan a otras que fueran al mismo destino hasta completar seis personas, que son las que tienen que ir en un taxi para que éste acepte marchar. Es decir, me explico: no sale ningún taxi hasta que seis personas no vayan al mismo al mismo destino. Nosotros contamos con la presencia de Cristian y Alex, que junto con nosotros hacen seis personas, así que la fortuna está de nuestro lado. No tenemos que esperar… en principio.
Aún con todo, nos toca vivir una situación un tanto peculiar. El señor que nos cobra nos <SAMSUNG DIGITAL CAMERA>dice que esperemos hasta que escampe porque la carretera está mal y se niega a llevarnos. De repente sale un señor mayor con muy mala leche. El que nos cobró, apenas cuando cesó un poco la lluvia nos dijo que ya nos toca irnos, pero de nuevo vuelve a caer el agua con fuerza y el que nos cobró abre la maleta del taxi. Nosotros tiramos las mochilas sin orden dentro de ella para cubrirnos de la lluvia en el WC que está en un pequeño cuarto al lado del automóvil. Ada entra al taxi, pero luego sale y se va junto con uno de los alemanes a tratar de ordenar las mochilas en la maleta del taxi.
De repente el que va a ser finalmente nuestro chófer –que aún no sabíamos que lo iba a ser-, comienza a gritar a Ada porque ella y los alemanes están forzando la puerta de la maleta del coche para cerrarla con suma brusquedad con el fin de regresar de nuevo al taxi y no mojarse. El chofer va hasta allí y la cierra. Acto seguido todos montamos en el taxi. Nes y yo delante, Isra, Ada y los alemanes atrás. Por ese entonces todas las personas de la estación nos miran incrédulos. Éramos el centro de atención y la situación se tornaba  en ridícula, en tanto en cuanto Isra comienza a hacer payasadas mientras Ness hace un vídeo y nuestro chófer entra en el taxi abochornado. Imagino que todos pensarían que dentro de ese taxi había una señora locura.
La lluvia no escampa pero ya estábamos en marcha, aunque primero nos detenemos para poner gasolina con la duda de saber si tendremos o no que pagar la gasolina, cosa que finalmente no se produce. Nuestro chófer no habla ni jota de inglés, ni español, sólo francés, berebere y árabe. Sólo Nes y yo nos defendemos un poco, pero lo cierto es que el conductor nos impone un poco debido al grito que le dio a Ada y a su  rictus de tipo duro y bruto. En pocos minutos nos damos cuenta de que la carretera será un zigzagueante camino de montaña. Nos percatamos de que la carretera es sumamente estrecha, pues no pasa más de un coche. El chófer enseguida, en las rectas va a toda velocidad sin importar baches o coches que vengan. Los coches que va de frente sólo en el último segundo se apartan. Tengo miedo. En esas, Nes y yo aprovechamos para entablar alguna clase de conversación con el chófer. “Tre bien”, le digo yo en alusión a su coche. Nes le dice que nuestros antepasados son también bereberes. Tiempo después nuestro chófer particular nos revela que la lluvia hace descender la temperatura: “Tombe la temperature”. A ratos hablábamos con un francés cuestionable. Pero poco a poco aquel conductor se va ganando nuestra confianza. Cuando llevábamos más de media hora de camino nos presentamos. Él se llama Mohamed y yo les dije todos nuestros nombres: “Je mapelle William, Je suis Néstor, la feme Ada…. Con más de una hora de trayecto, vemos que el precio del taxi es demasiado barato para la distancia y el tiempo que en verdad estábamos recorriendo, pues el trayecto era interminable. La carretera está en un estado deplorable, con cursos de agua, partes de tierra, atravesando montañas, valles, era toda una aventura que no teníamos prevista.
Mohamed nos cuenta en francés que ha estado en el Sáhara Occidental trabajando de joven y haciendo además el servicio militar. Nosotros le contamos que procedemos de Canarias. Nos tiene conquistado con su buena intención. Le decimos que estamos más cerca de África que de España, que tenemos un volcán de 3.718 metros y él nos dice que en Marruecos está el Toubkal con más de 4.000 metros. Es, sin lugar a dudas, una especie de simbiosis casi perfecta. Pero la carretera y la forma de conducir de Mohamed nos hace darnos cuenta que en verdad ese trayecto es un privilegio por los paisajes, por la vivencia, por estar donde estamos y con quien estamos.
Al cabo de hora y media Mohamed se detiene. Le vemos sacar una especie de esterilla, la cual desenrolla, se arrodilla en el <SAMSUNG DIGITAL CAMERA>arcén y comienza a rezar. Luego nos trae unos vasos de té con galletas. Ese té fue, con mucho, el mejor que nunca en mi vida he probado. Luego nos sacamos fotos con él. Nos dio su dirección y nosotros le dijimos que se la enviaríamos. Decidimos recompensar de forma extra a Mohamed con 40 Dirhams (4 Euros). Pero cuando estamos a poco de llegar a Agouti, otro hombre lo detiene. Nos cambiamos de taxi. Mohamed nos abandona. El otro taxista le paga 100 Dirhams (unos 10 Euros) a Mohamed para llevarnos hasta nuestro destino final. Este nuevo chófer es más rústico y desde luego que todo un personaje. Cuando nos montamos en el coche, abre el capó y le pone una botella de agua a su taxi. Luego se monta de forma brusca y comienza a hablar en un idioma ininteligible.
Al parecer, según pudo inferir Néstor, ese taxista convenció a Mohamed para llevarnos hasta el lugar donde nos quedaríamos. El nuevo taxista nos dijo que dijéramos que habíamos ido con él desde Azilal porque de esa forma tendría un trato con el dueño del Git T’etape (un Git T’etape es una casa familiar que hace de pensión en núcleos rurales y alejados de las grandes urbes) para llevarles clientes porque trabajaría a comisión. Porque ese nuevo taxista, de nombre Alí, no vio un duro de nosotros, pero Nestor supuso que sí recibiría algo del dueño del sitio donde nos quedaríamos. Tardamos poco más de media hora y llegamos, no sin antes alucinar con el paisaje. Néstor se burla de Alí, que es un personaje caricaturesco. Llegamos a nuestro destino idílico. Henchidos de satisfacción tras ocho horas de viaje. Nada más bajarnos del taxi, comenzamos a negociar el precio de nuestra estancia con el dueño del Git T’etape. Primero dice 150 Dirhams por persona (15 Euros). Intentamos regatear. Parecía que no lo conseguiríamos, pero finalmente el dueño baja el precio a 100 Dirhams (10 Euros), cada uno.
Al pensar un poco en todo, y ver el paisaje del Alto Atlas que se muestra desnudo ante mí, <SAMSUNG DIGITAL CAMERA>siento el deseo de quedarme en Agouti. En este enclave escondido, no hallado en mitad de las montañas. Esta noche hemos decidido quedarnos un día más en Agouti y así descansar y disfrutar del paisaje. Cenamos una sopa-crema y algo llamado tajine, a base de verduras. ¿Quién me iba a decir que tendría tanta hambre que acabaría queriendo comer verduras?. Escruto cada pequeño e imperceptible detalle desde las ventanas. Aquí, en Agouti, me siento abrumado de tanta beldad. En los próximos días quiero encontrar algo en mi mismo que me ayude a ser paciente y no ahogarme en el mar de la desesperación de la espera incompetente.

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