26 de septiembre de 2012

Buscando el Sur


Durante este viajante estío he estado leyendo el libro ‘Buscando el Sur’ del tinerfeño Román Morales que estoy convencido de que muchos conocerán. Sin ánimo de ejercer de mal pirata ni nada por el estilo, quiero rescatar algunos pasajes de su inefable obra que, gracias a un amigo –Airam-, me ha dado horas, días y semanas de aventuras sentado en los diferentes lugares donde he hecho noche. He aprendido de geografía a través de las palabras de este hombre. Lo que más me sorprende es haber tardado tanto en descubrir esta obra. Estos escuetos párrafos no son los mejores, ya que lo mejor de todo es poder leer este libro, sin embargo estos pasajes que rescato de una u otra manera me calaron muy hondo, aquí se los dejo para que se deleiten, para hacer promoción de literatura tinerfeña y de este aventurero digo de los Cook, Humboldt, Magallanes o Colón.

Andar alguna vez sólo por eso, sentir la temblorosa pulsación de los caminos con las respiraciones sumergidas del campo en el invierno. Caminar sin otro rumbo que la propia vida y así como la multitud del viento trajo hojas, lianas, zarzas y enredaderas. Así, junto a tus pasos, va creciendo la tierra. Oh viajero, no es pena, ni silencio, ni muerte lo que viaja contigo sino tu mismo con tus muchas vidas…”

Pero de pronto me he encontrado frente a mi cósmica soledad de errabundo ser y no tengo  un solo argumento, un solo beso con el que defenderme. Estoy solo en mi propio planeta quijotesco, desamparado de cualquier  compañía estable, durmiendo  con mis propios fantasmas que hoy andan enloquecidos, queriendo torturarme. Me he sometido a este viaje para tejer colores e investigar la morada del cóndor y del hombre olvidado, convencido de que ésta sería la vivencia que me aclara la sustancia humana de mi paisaje interior. Pero hace semanas que he caído en barrena. Mi pirata libertario se ha desembarcado, enclaustrándose en la taberna de los vinos ácidos que tienen ese sabor de horror metafísico… ¡Mi pirata, mi pirata! Mi pirata anda no queriendo saber de mares ni de vientos: se ha tornado pueril y vencido.

Miro al fondo de este pozo propio y siento un vértigo frío circulando por las habitaciones oscuras de mi alma ¿qué coño hago caminado día tras día como un número perdido? ¿Hacia dónde conduzco mi careta existencial? Soy el lobo estepario de Herman Hesse, el enemigo de sí mismo que se mortifica el cráneo inútilmente. Deseo abandonarlo todo y volver a la cultura sedentaria de la que procedo, a los relojes maquinales, hacer lo que hacen el resto de los hombres que pagan impuestos y hacen el amor sin flor ni poesía.

Exijo una mujer que me abrace perpetuamente, exijo un padre y una madre, exijo un amigo que me acompañe la vida, una casa donde celebrar fiestas y lecturas. Exijo ser un hombre absolutamente normal que se encamine hacia la muerte con su biografía vacía, sin sueños pero sin preocupaciones. Quiero gritar y no tengo voz, quiero dejar este viaje abstracto…hasta aquí he llegado, no daré un paso más. (pp225-226)

Estoy robustecido, vuelvo a creer en el camino. Esta mañana comencé a caminar desnudo sobre la playa. La maresía vaporosa regaba el aire y el sol se iba alzando poco a poco sobre la costa. ¡Qué bueno es sentir la arena mojada en la planta de los pies! No hay un habitante en esta sutil línea en que la mar y el desierto intercambian secretos. La ola llega muerta a mis tobillos y una cálida temperatura de media mañana comienza a cosquillear en mi cuerpo. Los rayos tibios me encienden los poros resecos de la piel. Me baño en el Pacífico: toda la mar para mí, toda la playa para mis sentidos. Continúo viajando hacia el sur. La sensual acupuntura solar me excita el cuerpo, que se va llenando de un inexplicable placer que va creciendo, creciendo, creciendo… No pienso en ninguna mujer, muchas veces me olvido de mi condición masculina en este periplo continental pero, sin embargo, hoy la costa es una sabrosa mujer, costa voluptuosa llena de arena sexual y rompiente apasionada. Me miro el miembro y compruebo que ha entrado en una erección inevitable.

Estoy súper excitado y siento el deseo de copular con esta costa afrodisíaca. Las colinas de arena son sus senos, la mar su flujo interno, la colonia de arena son sus senos, la mar su flujo interno, la colonia de algas sobre la que me recuesto es el mullido pubis que me recibe. Comienzo a masturbarme lentamente y me revuelvo de gusto. Estoy haciendo el amor ¿con quien?...con ella, con la costa. Jadeo con todo lo que de potencia da mi garganta y acaricio mi cuerpo lleno de gotículas que la mar se encarga de embadurnarme. ¡Qué exquisita temperatura! Quiero eternizar este momento en que estoy amando sexualmente a esta naturaleza plenaria (…). Continuo la maravillosa masturbación, no quiero terminarla, deseo seguir el coito inverosímil con esta hembra marina llegada hasta mí con sus muslos salados y su amplio brazo. El orgasmo cae sobre la tierra entre el feroz grito que libero. Es larga su electricidad fascinante, larga y profunda…ha logrado besarme el esqueleto de la soledad con su boca sabor de peces. Jamás he sentido mayor placer. (pp. 230-231)

Incas que sometieron a chimúes, españoles que sometieron a incas, patriotas de las nuevas repúblicas que expulsaron a los hispanos…intereses multinacionales que explotan a las repúblicas criollas. Me pregunto ¿qué diferencia existe en todo este meollo histórico de cara al inmenso pueblo desposeído? La aristocracia de los mochicas sacrificaba a los sirvientes cuando morían sus señores y mutilaban cruelmente a los que cometían cualquier trivial desacierto. Los sacerdotes chapines e la sierra extirpaban corazones del pueblo para ofrendarlos a cualquier dios de mierda. En Ecuador, los incas degollaron a treinta mil indios caranquis, combatientes y no combatientes,  en las aguas de la laguna Yaguarcocha. Los españoles violaron y asesinaron a discreción. Los militares chilenos mataron a miles de obreros del salitre de Iquique a principios de siglo… Puedo admirar los eximios grados de desarrollo alcanzados por las antiguas civilizaciones; puedo reverenciar los miles de kilómetros de caminos reales que construyeron los ingenieros incaicos, orfebrería aurífera de los chibchas; puedo nadar también en el mito de las religiones matrices; pero lo cierto, lo despiadadamente cierto, es que el yugo siempre estuvo presente…la gente llana, los campesinos, los pescadores, los mineros de todas las épocas fueron carnaza de genocidios. Desde hace miles de años hasta hoy… ¿qué dios, rey, sacerdote o político de todos los tiempos, promulgó e hizo válida la justicia social de los pueblos americanos? Ejemplos, pocos, demasiado poco para la secular tiranía que pesa, sigue pesando, sobre la población latinoamericana. Salgamos a las calles y campos de América… todo parece estar sentenciado, la sociedad de clases prosigue su condena autoritaria sobre los muchos descalzos y desheredados. (pp. 246-247)

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