Las penurias que sufrió uno de
los padres de la Geografía no fueron pocas, como así lo relata en el libro
‘Viaje a las zonas equinoccionales del Nuevo Mundo’. Rescato extractos de sus pericias
en el ascenso al Teide de este ídolo.
“Hacia las tres de la madrugada
partimos, alumbrados por el tenue resplandor de unas teas, hacia la punta del
picacho. Se empieza la ascensión por la ladera Norte, donde el declive es
enormemente empinado. A las dos horas llegamos a una pequeña meseta que por su
situación aislada se llama Alta Vista. Allí se detienen también los neveros, es
decir, los indígenas que van en busca de hielo y nieve para venderlos en las
poblaciones vecinas. Sus mulos, más avezados a trepar que los que se alquilan a
los viajeros, llegan hasta Alta Vista; los neveros tienen que transportar a
hombres hasta allí la nieve recogida. Más allá de este punto comienza el
Malpaís (…).” pp 19-20
“Tuvimos que abrirnos
fatigosamente camino a través del malpaís. La cuesta es muy empinada, y los
bloques de lava resbalaban bajo nuestros pies. Los escombros de la cima del
pico tienen los cantos agudos, y con frecuencia dejan huecos; el explorador
corre el peligro de hundirse en ellos hasta medio cuerpo. Por desgracia, la
pereza y la mala voluntad de nuestros guías contribuyó no poco a agriarnos la
ascensión. Eran perezosos en un grado desesperante; la víspera habían intentado
convencernos de no pasar más allá de la estación de las rocas. Se tumbaban a
descansar cada diez minutos; tiraban los trozos de obsidiana y piedra pómez que
habíamos recogido cuidadosamente, y al fina resultó que ninguna de ellos había
estado todavía en la cumbre del volcán (…).” p20
"El frío que pasamos en la cima
del pico fue muy intenso, debido a la estación del año en que nos hallábamos.
El termómetro señalaba a la sombra 2,7 ºC . El viento soplaba del Oeste, o sea, en dirección
contraria a la que durante una gran parte del año lleva Tenerife el aire
caliente que sube por encima de los ardorosos desiertos de África”. p24
Alexander Von Humbold, antes de
realizar su viaje a Sudamérica, hizo escala en Canarias. Visitó Tenerife y
ascendió el Teide a principios del siglo XIX. Su relato no puede ser más
geográfico, paisajístico, más inefable pese a contar con palabras:
“La ascensión al Teide no tiene
precisamente atractivo como materia para investigación científica; en cambio,
sí lo tiene porque proporciona una sinfín de pintoresos encantos para quien sabe
sentir la magnificencia de la Naturaleza. Describir estas impresiones es tarea
difícil; nos agitan tanto más cuanto que hay en ellas algo de indefinido,
como la inconmensurabilidad del espacio y el volumen, la novedad y la variedad
de los objetos que nos rodean. Cuando un viajero tiene que describir las altas
cimas de nuestro Globo, las cataratas de los grandes ríos, los tortuosos valles
de los Andes, corre el peligro de fatigar al lector con la expresión monótona
de su admiración. Yo estimo más ademado, para los fines que persigo con esta
crónica de mi viaje, pintar el carácter específico que caracteriza cada paisaje
(…).” p22
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