Enfrentada, por segundo invierno consecutivo,
con un bloqueo energético prácticamente total por parte de Azerbaiyán, Armenia
vivió al ralentí. Sin gas, ni petróleo, el país dejó de producir: fábricas
paradas, ciudades muertas en las que, debido a un invierno particularmente
riguroso, los habitantes tuvieron como ocupación esencial la búsqueda de
alimento y combustible. En Ereván, la capital, los habitantes cortaron los árboles
para poder calentarse. Viviendo en alojamientos cuya temperatura no superaba
los 2-3º C, los armenios sólo dispondrían de algunas horas de electricidad al día
(a principios de julio de 1993, un litro de gasolina, en el mercado negro,
costaba el equivalente a varios días de trabajo). La inseguridad reinante en
Georgia hacía aún más precario el aprovisionamiento: los pie lines que
transitan por Georgia fueron dinamitados varias veces, mientras que Tblissi, muy
dependiente de Azerbaiyán como consecuencia de la guerra de Abjasia, resultaba
muy sensible a las amenazas de Bakú (…)
El Estado del Mundo, 1994
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